jueves, 14 de julio de 2011

La noche se hizo añicos

Aquella noche no quería dormir. Tumbada en la cama, sobre las sábanas, notaba cómo poco a poco se le iban helando las piernas desnudas. El caluroso día había dado paso a una noche gélida o, al menos, así la sentía. La ventana abierta dejaba entrar una brisa que hacía mover los visillos una y otra vez, como una danza fantasmagórica, con un ritmo desacompasado. Quizás buscara helarse toda. Comenzar por los pies, las piernas e ir subiendo por el vientre hasta que el pecho quedase completamente parado, sin convulsión, sin espasmo alguno, sin sollozo, quieto. Quizás buscase, realmente, helar el corazón que se había incendiado, prendido por recuerdos dolorosos.

No quería dormir. Pensaba que si pasaba una noche en vela sería como el duelo que se le ofrece a un difunto, y tras él, vendría la calma, enterraría los recuerdos de los que ahora no podía desprenderse. Pero las horas pasaban y sólo sentía frío, sin ninguna recompensa añadida, sólo frío...

De repente, todo estalló en mil pedazos: los cristales, la habitación, el cuerpo, la noche... el corazón mal herido quedó tirado en la cama sobre un charco de sangre. Aún latía cuando amaneció.

1 comentario:

Deja volar tu fantasía...